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amor, Dios, espíritu humilde, presumido, presuntuoso, servicio, vanidad
Lectura de Hoy: Eclesiastés 1:1-2
Ponga atención a la siguiente historia: Todas las mañanas, paraba frente a un banco un enorme automóvil. Se abría la puerta, y descendía un hombre bien vestido con un traje obscuro. Caminaba, saludando a algunos ligeramente elegantemente, con un bastón. Entraba al banco, cruzaba el vestíbulo y desaparecía por una pequeña puerta interior. Allí, en la habitación de los funcionarios, se deshacía de sus finas vestiduras, se vestía con un uniforme de ascensorista y, durante todo el día, operaba el elevador del establecimiento. Al final de su jornada, se vestía nuevamente de banquero y aparecía en el vestíbulo de la misma manera en que lo había hecho por la mañana. Entraba al automóvil que le aguardaba y desaparecía. Tenía una apariencia más imponente que el propio presidente del banco.
Así es la vanidad. Considerado como el rasgo de ser excesivamente presumido y presuntuoso. Esta vanidad existe en el corazón de los hombres que parece grotesca a los ojos de Dios. Dios sabe muy bien lo que sucede en el corazón humano, aun los secretos más escondidos.
¿Mora la vanidad en su corazón? Nuestra vanidad y nuestro orgullo desaparecen cuando comparamos nuestra vida con la vida de Cristo. Él era grande y se hizo pequeño, era rico y se hizo pobre, era Señor y se hizo siervo. En Jesús, la vanidad, la arrogancia y el orgullo desaparecen ante el espíritu humilde de amor y servicio.
Ildefonso Torres