Existe algo que hace que este mensaje sea diferente a los demás. No estamos queriendo vender nada, solo queremos abrir puertas. Eso mismo, puertas para el perdón, para la felicidad, la salvación, la vida y el amor. El problema es que no tenemos mucho tiempo ni espacio para llevar a usted un mensaje completo.
Sería bueno profundizar en este asunto. La vida es preciosa cuando vivimos en armonía con las leyes establecidas por nuestro Creador. Nos gusta gastar nuestro tiempo hablando sobre el único camino que tenemos para la felicidad. Este es el camino; una relación personal con Aquel que nos ha dado la vida.
No tenemos mucho tiempo o espacio en este corto mensaje, pero usted puede encontrar en la Biblia la respuesta a los asuntos más importantes de su vida. La Biblia abre las puertas a la felicidad, la seguridad, la salvación, la vida y al amor.
Tal vez usted ya haya tenido la tentación de leer la Biblia y encontró que era algo muy complicado. Inténtelo de nuevo. Sin embargo, antes de leer, haga una oración a Dios. Puede ser algo muy simple. Diga por ejemplo: “¡Señor, abre mi corazón para entender tu Santa Palabra!” ¡Hágalo! El alivio, la paz, la alegría, el perdón que usted precisa están a su disposición hoy.
Repetimos todos los días nuestras peticiones y nuestras oraciones. Y siempre queremos que Dios nos escuche. Repetimos nuestras peticiones una, dos, decenas de veces si es necesario, porque deseamos ser atendidos. Repetimos e insistimos ante Dios.
Nuestros problemas y necesidades son urgentes, no pueden esperar. Sin embargo, en este proceso nos olvidamos de una cosa elemental: si queremos ser oídos, necesitamos también oír, escuchar a Dios. ¿Pero qué significa oír o escuchar a Dios?
Escuchar a Dios requiere esfuerzo de nuestra parte aunque Dios puede hacernos escucharle, si así lo desea. ¡Él es Soberano! Por ejemplo tenemos que creer que Dios nos ama y desea comunicarse con nosotros. Un profeta en la Biblia nos dice que “El Señor se apareció a nosotros en el pasado, diciendo: “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.”. (Jeremías 31:3)
Para escuchar a Dios es necesario la lectura, el estudio y la meditación consistente de Su Palabra viva, la Biblia. Sobre esto otro profeta bíblico llamado Isaías expresó que Dios dijo: “Mi palabra que sale de mi boca no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié”. (Isaías 55:11)
Para escuchar a Dios hay que, con regularidad, separar tiempo solo con Él y darle toda nuestra atención. El Apóstol Mateo nos dice que Jesús, “Se fue al monte a solas para orar. Cuando llegó la noche, estaba allí solo”. (Mateo 14:23)
Para escuchar a Dios hay que abrir nuestro corazón a que Dios señale el dedo de la verdad sobre nuestro verdadero yo. En la Biblia hay un Salmo que dice: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos a ver si hay alguna manera ofensiva en mí, y guíame en el camino eterno”. (Salmo 139: 23-24)
Constantemente Dios nos habla a través de circunstancias, personas, y muy en especial a través de su palabra, la Biblia. Dios dice, por ejemplo, que nuestro amor por Él debe ser sincero. Escuchar a Dios es escuchar atentamente a los demás, teniendo en cuenta de que Dios puede estar usándolos a ellos para comunicar su mensaje personal para nosotros. “El orgullo sólo genera peleas, pero la sabiduría está con quienes oyen consejos.” (Proverbios 13:10)
Escuchar a Dios es reconocer la presencia del Espíritu Santo dentro de mí y de responder a su guía para la comunicación con los demás. Jesús dijo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26)
Él nos dice también que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Dios nos dice muchas cosas, pero nosotros hablamos tanto que no podemos oír su voz.
¡Si usted no está dispuesto a escuchar lo que Dios quiere decirle, no hay ninguna razón para esperar que Dios escuche lo que usted le quiere decir a Él!
Dios nos habla, Él no es sordo ni mudo, él nos oye y se comunica con nosotros. Dios nos muestra quien es él y lo que desea de nosotros.
Lectura de Hoy: Genesis 4:1-17 Versión RVR1960 La madre nunca se cansa de decir al niño: “¡No juegues con fósforos! ¡No cruces la calle solo!” Y el niño no se cansa de responder: “¡Ya lo sé, ya lo sé!” Sin embargo la madre responde: “ya sé que lo sabes, pero no quiero que se te olvide.”
Algunas advertencias requieren ser repetidas, pues son vitales para nuestros seres queridos y porque se olvidan con facilidad.
Dios siempre repite y nos recuerda que no nos olvidemos de amarnos unos a otros. Las consecuencias de olvidar estas palabras son desastrosas. Solo debemos recordar a aquella historia Bíblica sobre aquel hijo Caín; su falta de amor lo llevó a matar a su propio hermano, Abel. El recuento traza un paralelo entre la falta de amor y el asesinato. Parecen dos cosas tan distintas, pero en la realidad las consecuencias son las mismas.
Siempre que insultamos, criticamos, injuriamos o humillamos a una persona; de pensamiento, de palabra o de acción; es como si estuviéramos asesinados a nuestro semejante. Y si continuamos haciéndolo, le destruiremos lentamente y sin piedad.
De igual manera, si amamos, comprendemos y respetamos a nuestro prójimo, el prosperará; sus alegrías serán multiplicadas; sus tristezas serán disminuidas o eliminadas.
Lectura de Hoy: Gálatas 5:19-26
La envidia o codicia, es el deseo de poseer lo que pertenece a otra persona. Naturalmente, a Dios no le agrada la envidia, la codicia. En uno de los diez mandamientos, la codicia está prohibida.
La envidia hizo que Caín asesinara a Abel, su hermano menor. La envidia de los hermanos de José hizo que ellos le vendieran como esclavos a los egipcios. La envidia de los sacerdotes judíos les llevó a entregar a Jesús a Pilato para que, injustamente, fuese crucificado.
La envidia no consiste solamente en el deseo de tener ropas nuevas, un automóvil lujoso o juguetes nuevos; es el deseo incontrolable y egoísta de poseer algo que pertenece a nuestro semejante.
El deseo inmenso de poseer algo revela nuestra insatisfacción interior y nos lleva a la ira, al odio y hasta al homicidio. Es por eso que la Biblia condena la envidia y trata este asunto con mucha seriedad.
Cuanto más pronto detestemos en nuestro corazón este tipo de pecado, mejor será para nosotros, para nuestras relaciones con los demás y con Dios.
Si el Espíritu de Cristo se apodera de nuestras vidas, tendremos fuerzas para vencer la envidia. No habrá lugar para la envidia en un corazón satisfecho y lleno de amor.
Lectura de Hoy: Ezequiel 36:26-28
Ya hace años que Christian Bernard realizó el primer trasplante de corazón. Hoy, en muchos hospitales del mundo, los trasplantes, y no solo de corazón, son realizados de una manera rutinaria.
Se trasplantan corneas, riñones, páncreas, pulmones, etc. Las técnicas han avanzado mucho, disminuyendo el índice de rechazo de los órganos trasplantados. El mayor problema es, por lo tanto, encontrar donantes. La medicina ha avanzado, pero debemos recordar que la tecnología y los recursos tienen sus límites.
No nos debemos entusiasmar demasiado. Solo la confianza en Dios puede darnos alguna esperanza en las tragedias de la vida. Si, Dios; Aquel que hace el trasplante de corazón más espectacular de la historia, conforme a la promesa que encontramos en la Biblia: “Os daré corazón nuevo, quitare de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” Este corazón no le garantizará solamente unos años más de vida, sino la vida eterna. Y algo más, usted no necesita esperar en fila por una donación de órganos, ni preocuparse con el precio de la cirugía: ya fue pagada por Jesucristo.